A esos Héroes anónimos

Invierno de 1975

Tamar sentía el aire gélido en su cara. La gabardina y el gorro que portaba, le protegían parcialmente del frío. Dio gracias por ello.

Habían tenido que pasar treinta largos años hasta que pudo regresar al lugar donde el Mal triunfo mientras que los hombres buenos no hicieron nada.

Después de la guerra, todo había salido a la luz; desde los exterminios masivos con gas Zyclón B hasta los experimentos llevados a cabo con los prisioneros.

Aquello había sido un autentico Infierno. El número real de victimas del llamado “Holocausto” aun no se sabía con certeza, pero el tenia la seguridad de que  Auschwitz II había albergado la mayor parte.

Durante los años posteriores a su liberación, Tamar sabia de tenia el deber de volver allí, no podía explicar el por que, pero lo sabia y lo necesitaba.

Ahora se encontraba en la entrada del horrible campo de exterminio y un torrente de emociones acosaba su cuerpo y su mente. Había rehusado a que lo acompañasen, ese era un viaje que debía de realizar en soledad.

Los recuerdos llegaron con estruendo a su cabeza, recuerdos que nunca creyó haber vivido, y que ahora se mostraban claros como el agua más pura del manantial.

Cayo de rodillas mientras miraba aquel lugar, y aunque no había nadie allí, pudo oír los sonidos, la melodía fúnebre de cualquiera de esos días en los que la vida no tenía valor alguno. Oía las voces de los SS Haupscharführer dando ordenes a los subordinados, oía los disparos y las balas atravesando los cuerpos de los desafortunados que eran ejecutados, podía escuchar los gritos y los cuerpos caer. Ruido de trabajos en la dura tierra, lamentos y lloros copaban sus oídos, tan reales como los que había escuchado años atrás.

Se vio en un vagón con sus padres, hacinado junto a otras personas, sin comida, sin agua, viendo como la vida se apagaba paulatinamente con el paso del tiempo. Después sus pies tocaban la fría tierra, los soldados alemanes les recibían con sonrisas en sus rostros. El mismo aire gélido que ahora sentía, era algo que ya estaba allí desde el primer día, era como fragmentos de cristales incrustándose en el rostro.

Había sido empujado entre los demás, llevado hacia un sótano, allí debían de entrar en las duchas para desinfectarse, eso le decía su padre.

Recordaba su mirada, aunque no sus cara, los ojos de ambos le miraban desde la oscuridad y veía las lágrimas brotar de ellos.

Cuando iba a entrar llego aquel hombre, de edad avanzada y que vestía un uniforme que le causo pavor. Pronuncio unas palabras y el, junto con otros niños, fueron separados de sus padres. Su padre gritaba mientras que su madre le sujetaba la mano en un intento desesperado de no perderle, al final no tuvo mas remedio que soltarse de ella cuando un soldado tiro de ella hacia atrás de forma violenta. Entre lágrimas vio como desaparecían tras el umbral de la puerta de las duchas, no volvió a saber de ellos jamás.

Junto a los demás, fue llevado a una triste habitación sin nada más que camastros colocados unos junto a otros.

Cincuenta y dos niños eran en total, todos de diferentes edades, aunque la cifra disminuyo con el paso de los días.

Conoció a un hombre que inspiraba temor, con el paso del tiempo supo que era un oficial de alto rango, los soldados se referían a el como SS Hauptsturmführer, su nombre era Josef Mengele.

Bajo la atenta mirada de aquel hombre, todos ellos eran examinados en los laboratorios anexos a su prisión en forma de habitación. Vio como sus compañeros enfermaban por los tratamientos a los que los sometían, sentía el dolor de cada uno y de si mismo.

Cuando por las noches volvían a la habitación se abrazaban entre ellos e intentaban consolarse unos a otros porque sabían que no tenían a nadie más.

El vino una noche. Un anciano que se presento como Abraham. Se sentó en el suelo junto a ellos y les contó historias de un ser mágico que vendría a liberarles, alguien que no temía al poderoso Ejercito Alemán, al cual doblegaría hasta hacerlo desmoronarse. Aquel ser llegaría cuando el sol asomase en el horizonte y se los llevaría lejos de allí.

Exhaustos todos ellos, quedaron dormidos escuchando las palabras del anciano.

A la mañana siguiente, cuando los soldados les despertaron para comenzar las pruebas, no había nadie con ellos.

El hombre que le había separado de sus padres, empezó a venir a menudo al laboratorio del Doctor Mengele. Les oían discutir una y otra vez, elevando el tono de voz hasta que se convertía en auténticos gritos. Entre las amenazas del Doctor Mengele, distinguieron que se refería a el como el SS Obersturmführer  Liehenbaer. Cada día, las discusiones eran mayores, y se recrudecían cada vez que uno de los chicos perdía la vida en la mesa de operaciones.

Después del día de pruebas y dolor, todos se sentaban en el suelo esperando a aquel ser mágico que viniera a rescatarles. Aquellos chicos a los que no conocía se convirtieron en sus hermanos y cada vez que uno de ellos no volvía, todos lloraban por el.

El anciano volvió durante las noches, cada vez más a menudo. Les daba fuerzas y esperanzas y siempre tenia respuesta para todos ellos, rezaban juntos y les hablaba del ser mágico que llegaría. Les hablo de la fuerza de voluntad y de la fe que deberían de tener en aquellos difíciles días. La mano del anciano se posaba en las frentes de aquellos que deliraban febriles y les calmaba el dolor.

Cuando en enero de 1945, los alemanes iniciaron la evacuación de Auschwitz, y trataron de borrar las pruebas de las atrocidades allí cometidas, el grupo que había con Tamar se había reducido a catorce chicos, la mayoría de ellos tenían secuelas de los experimentos y no podían valerse por si mismos para caminar. Tamar era uno de ellos. Postrado en su cama, no llegaba a distinguir la realidad de los sueños y a veces creía ver al ser mágico acercándose con el sol a su espalda, una visión en la que los soldados alemanes se arrodillaban ante el sin oponer resistencia, porque solo el hecho de contemplarlo encogía el corazón de los malignos.

Aterrorizados oían los disparos y los gritos de la gente. Los últimos días no había venido nadie a la habitación, se encontraban encerrados, sin comida y sin agua, débiles y enfermos.

Cuando el SS Obersturmführer Liehenbaer abrió la puerta de la habitación, todos se acurrucaron en la esquina mas alejada. Todos y cada uno temblaban y sus ojos hundidos mostraban el mayor terror que jamás un hombre hubiera visto.

Tamar era quien estaba mas cerca de la puerta, habían intentado bajarlo de la cama y llevarlo hacia el fondo de la habitación, pero lo único que consiguieron fue que cayera al suelo, no tenían fuerzas para arrastrarlo.

Tamar intento huir, pero sus esfuerzos eran inútiles. Se acordó de sus padres sin saber muy bien porque y pensó que este era el momento de encontrarse con ellos.

El hombre se acerco a el, y cuando su sombra se proyecto sobre su cuerpo, Tamar se hizo un ovillo. El hombre poso la mano en su frente y su cuerpo fue invadido por una paz que jamás había sentido. Su tacto era calido, familiar, como un bálsamo en una piel enferma. Sintió como era alzado y colocado en la cama de nuevo, después se quedo profundamente dormido.

La tarde del 27 de Enero de 1945, El Sargento Primero Mijail Ivanov, se adentro en el laboratorio del Doctor Mengele junto a varios soldados del Ejercito Rojo.

Habían llegado al campo de concentración de Auschwitz justo cuando salía el sol a sus espaldas y sin encontrar apenas resistencia enemiga.

Sabía que lo que habían contemplado al llegar allí, les quedaría grabado a fuego en sus recuerdos. El estado de los prisioneros que allí había era lamentable, muchos de ellos estaban al borde de la muerte.

Llegaron a lo que parecía ser una estancia donde se habían llevado a cabo experimentaciones de algún tipo. Más de una docena de oficiales de las SS estaban muertos en el suelo. Tan solo uno de ellos estaba vivo y se sujetaba el abdomen con una mano ensangrentada, automáticamente los soldados apuntaron al hombre.

Sentado contra una puerta que tenia un gran cerrojo activado, el hombre parecía haber sufrido heridas en todo su cuerpo, un charco de sangre se extendía en el suelo. Su uniforme estaba totalmente hecho jirones y los distintivos que revelaban que era un SS, estaban cubiertos de sangre seca. Con los ojos inundados por las lágrimas y una expresión de alivio, el hombre levanto lentamente su mano y dejo a la vista una llave ligada a una cadena que estaba enrollada a su muñeca.

Mijail se acerco a al hombre moribundo y vio como este le acercaba la llave, la tomo en su mano y el hombre se desplomo dejando escapar su ultimo aliento de vida.

Cuando abrieron el cerrojo de la puerta, se prepararon para cualquier cosa, pero lo que allí encontraron fue un grupo de niños desnutridos y enfermos.

Tamar fue uno de los primeros en salir, un fornido soldado lo levanto en brazos y juntos, cruzaron el umbral de la puerta de la habitación. Antes de que otro soldado apilara el cuerpo del hombre que habían encontrado con vida y que tenía la llave del cerrojo de la puerta de la habitación, Tamar vio en su cara al anciano que había venido a verles todas aquellas noches.

Nunca pudo saber quien era en realidad aquel hombre, después de la guerra hubo mucha información extraviada y personas que no aparecieron jamás. Lo único que pudo averiguar, mucho tiempo después, fue que el cadáver del SS Obersturmführer Liehenbaer, había aparecido tiempo después en Auschwitz y que por su estado, llevaba años muerto. Su muerte había sido por arma de fuego.

Quien lo había matado, lo había enterrado en una de las fosas comunes junto con otros cadáveres, pero no había tenido tiempo de quitarle su uniforme ni la cruz de hierro, con su nombre en el reverso, que portaba.

Tamar se incorporo y su mente volvió al presente. Deposito una piedra redonda, que había guardado durante años, en el suelo y murmuro una oración. Al fin comprendió porque había venido, debía de honrar la memoria de aquel hombre que dio su vida por ellos sin pedir nada a cambio.

Mientras volvía a su coche, no pudo evitar pensar en todos aquellos Héroes que dieron su vida en los duros tiempos de guerra para salvar a los demás. Aquellos Héroes a los que nunca se podrá agradecer su valentía y sacrificio porque nunca se llego a saber lo que realmente hicieron, ni tuvieron la oportunidad de contarlo.

Todos esos Héroes anónimos que hacen algo, mientras el resto del mundo sigue sin hacer nada.

3 Responses to A esos Héroes anónimos

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  2. Sayuri says:

    Wow, que grande!! IMPRESIONANTE, snif. Me has metido en ello totalmente.. T T
    Xavi por dios saca un libro de historias cortas ¡YA!
    SSaludos 😀